miércoles, 10 de enero de 2018

GRIESSCHLUCHT


No sé por qué lo hacemos. No es lógico. Ni sensato, ni agradable, ni divertido. No obtenemos beneficio, no es nuestro trabajo, ni nos pagan por ello. Tampoco es fácil, ni seguro. Temblamos de frío, los hierros se congelan, las mochilas no se abren y las cuerdas heladas corren más de lo recomendable. El riesgo se incrementa, el compromiso se eleva y sí, se sufre. Se pelea. Se lucha contra el hielo, contra el caudal, contra la pérdida de temperatura, contra unos dedos que se entumecen, contra unos mosquetones que se bloquean. 

mis mosquetones al inicio del tercer tramo
Y sin embargo lo hacemos. Porque en esos lugares inhóspitos, en esas condiciones extremas, en las fronteras de la hipotermia, en un terreno en el que una vez iniciado el camino la única salida es llegar hasta el final... ahí, junto a nuestros camaradas, nos sentimos más vivos que nunca. Porque esta absurda cruzada nos hace más grandes por dentro, y porque mediante el sufrimiento y la superación de las dificultades alcanzamos la verdadera trascendencia. 

Por todo eso, sin duda, seguiremos haciéndolo. Y por eso, cada final de verano vemos crecer en nuestro interior, cada vez con más fuerza, la misma idea: la de volver, una y otra vez, a las gélidas entrañas de los Alpes suizos. 

En 2017, el objetivo era ambicioso. Uno de los mejores descensos de la zona llevaba varios años escapándosenos. En 2016 lo habíamos rozado con la yema de los dedos: habíamos ido a verlo, el caudal era adecuado, y sin embargo al día siguiente había subido y se había puesto fuera de nuestro alcance. El Griesschlucht. El Gries. 

El viernes 1 de diciembre fuimos aterrizando en el aeropuerto de Ginebra. Diferentes vuelos, diferentes puntos de origen, un mismo objetivo. Recogimos nuestro coche de alquiler y ya de madrugada nos echamos a dormir en Interlaken. La noche fue corta: a las siete ya estábamos en pie, y a las nueve en el aparcamiento de Griesalp, junto a la boca de salida del monstruo. 

llegando al inicio del descenso
Fuera del coche, ocho bajo cero. Hielo y nieve. No es lo que uno espera cuando piensa en ir a hacer barrancos. Subimos a pie por la carretera, completamente pintada de blanco, y echamos un vistazo desde diferentes puntos al tramo final. El agua corría por él rodeada de hielo. Sin embargo, el Gries nos ofrecía un trueque: no hacernos luchar contra un caudal imposible a cambio de someternos a un frío espantoso. Rara vez se puede llegar a un trato con él, así que aceptamos sin dudar. Este averno abre sus puertas durante apenas dos o tres semanas al año, y en ese tiempo impone sus condiciones al que quiera adentrarse en su interior. Esperar que no haya nieve, que el caudal baje un poco más o que haga sol supone echar los dados y, normalmente, perder la oportunidad y esperar a otro año.

Mientras otros montañeros, a nuestro alrededor, se calzaban los esquís, nosotros nos devestimos para ponernos nuestros trajes de goma: la aproximación es corta, de manera que decidimos hacerla ya medio vestidos. Media hora más tarde estábamos en cabecera. 


El descenso 

El Griesschlucht es un cañón esculpido, estrecho y enormemente caudaloso, y se divide en tres tramos claramente diferenciados. El primero concentra las principales dificultades del barranco, es el más largo, el de mayor entidad y también el más difícil. Los dos siguientes, más breves, apenas tienen dos o tres rápeles cada uno. La suma de los tres da un total de catorce o quince rápeles, y para recorrerlos se necesitan de tres a cinco horas. Entre tramo y tramo existe la posibilidad de abandonar fácilmente el descenso volviendo a la retorcida carretera de Griesalp. Puede parecer que el Gries no es para tanto: es relativamente corto, tiene escapes y hacer invernales está de moda. Pero con todos los respetos, esto no es un Furco invernal: es un barranco difícil, en unas condiciones más difíciles aún y que no buscas, sino que te vienen impuestas. 

Entramos al primer tramo descolgándonos desde un árbol y llegamos a la reunión del primer rápel. Los parabolts, desnudos, no tenían chapas, de manera que destrepamos por el hielo y saltamos a la poza. Recibíamos así el primer aviso -entrar aquí sin material de equipar es casi suicida- y mi intención de mantenerme seco el máximo de tiempo se veía hecha añicos en el minuto uno. Tras la poza, encadenamos dos rápeles de una veintena de metros cada uno, con salidas delicadas y muy resbaladizas por el hielo. Esa sería la tónica de todo el descenso.

Nuestro primer rápel en el interior del barranco. Tras saltar a la poza ya no había vuelta atrás.

Un breve receso, más abierto a la luz solar, y llegamos al cuarto rápel del recorrido: la temible cascada en ese. Llegar a la reunión, sobre dos bloques cubiertos de nieve, ya fue delicado. Lanzada la cuerda nos fuimos descolgando uno a uno hasta el fondo. Unos primeros metros volados dieron paso a un canalón en forma de ese en el que se concentraba todo el caudal. Con la roca helada y resbaladiza, no había otra opción que entrar en la vena y recibir de lleno el impacto del agua en el pecho. La reunión que permite fraccionar el paso y quizá evitar el chorro estaba completamente cubierta por el verglás. No puede contarse con ella por sistema. De hecho, no puede contarse por sistema con ninguna reunión en este tipo de barrancos: las brutales crecidas no acostumbran a respetarlas.
 
bajando con cuidado para no resbalar
entrando al activo en la cascada en ese


alcanzando el umbral de salida de los oscuros
Superado este paso nos adentramos en la zona de oscuros. A estas alturas el frío, el agua y el viento había creado una capa de verglás en nuestros cascos: alguno no pudo encender su frontal, y otro ya no consiguió apagarlo más tarde. Yo tuve que golpear el interruptor del mío hasta romper el hielo y poder ponerlo en marcha. Sorteamos con precaución un pequeño caos de troncos helados y tras un par de rápeles cortos alcanzamos la última sala de los oscuros. Es indescriptible la extraña sensación de recogimiento, de paz, que se puede tener en un lugar así, oscuro y cubierto de hielo: no en vano, este tramo es conocido como La Catedral. Montamos un nuevo rápel y los dos primeros se lanzaron hacia la reunión más difícil y expuesta del descenso: la de la cascada conocida como Pochtenfall, la "palpitante caída".

No era fácil, y tardaron lo suyo. Mientras esperábamos en la reunión del rápel anterior, yo miraba a mi compañero. Sin previo aviso, de vez en cuando sus piernas se ponían a temblar descontroladamente, y las mías también. Había que moverse. 

Pochtenfall, la última dificultad del primer tramo
Cuando estuvo preparado el siguiente rápel me descolgué por la cuerda. Rodeando unos carámbanos duros como la roca de la que colgaban, alcancé el labio de salida de la poza. Un par de metros más arriba, al otro lado de un saliente, me esperaba la reunión. Un par de metros más abajo, rugiendo furioso, me aguardaba un sifón de hielo y una caída de veintisiete metros. Sin soltar la cuerda de rápel, me aseguré a la reunión e intenté trepar hasta ella. Resbalé en las paredes heladas y fallé. Apenas notaba la mano derecha, de manera que le di varios golpes contra la pared, como si en lugar de una mano fuera un trozo de madera, y sentí un hormigueo. Parecía funcionar... Hice un nuevo intento de auparme a la reunión, y volví a resbalar. Sin margen de error -me había quedado solo- me liberé de la cuerda de rápel y le indiqué al siguiente que bajara. Entre dos sería más fácil... y sí, lo fue. Solventado el paso, y curiosamente sin sentir frío alguno, bajé el último, recuperamos las cuerdas y pusimos fin al primer tramo. Un termo de té caliente llegó a tiempo para darnos calor y ayudarnos a recuperar fuerzas. 


Después de un breve descanso afrontamos el segundo tramo, un breve estrecho con dos rápeles cortos que deben encadenarse. La entrada estaba cubierta de un grueso manto de nieve, pero su interior volvía a ser un reino de hielo. Tras las dos cascadas, superamos un espectacular pasillo completamente helado y salimos de nuevo a terreno abierto. 

la entrada al tercer tramo, cubierta de nieve
abriendo paso en el hielo
 
en las zonas en calma, el hielo se acumula
en el pasillo, el hielo batido oculta los bloques


sobre el pasillo cae un afluente por la izquierda...
...que congela las paredes y llena la poza de hielo

 
Llegábamos así al inicio del tercer tramo, tan breve como el segundo pero más congelado aún. Durante la aproximación ya habíamos visto que su tercer rápel era imposible: la reunión cuelga de un saliente rocoso, y a su alrededor se había formado un enorme carámbano que la hacía inaccesible. Tocaba buscar alternativas, así que nos pareció que lo mejor sería acceder al fondo de la garganta desde un pequeño mirador, instalando en un árbol. Nos saltábamos así "el Caldero de la Bruja" (Hexenkessel) y la poza colgada, pero el Gries no los había incluído en el trato. 

A estas alturas del descenso las cuerdas estaban prácticamente congeladas y muchos mosquetones o no abrían, o no cerraban por culpa del hielo. Reconozco que me sentí tentado de abandonar aquí: al fin y al cabo sólo quedaba un rápel y un breve pasillo, así que ya estaba hecho. Quería dejar atrás el frío... pero también seguir absorbiendo hasta el último aliento que exhalara aquel monstruo, no abandonar hasta el último segundo, disfrutar hasta el último metro. 

Bajamos nuestro último rápel y superamos los resaltes finales. Tras un umbral de roca, salimos al valle glaciar en el que la bestia se desparrama dócilmente en mil brazos, nos abrazamos llenos de alegría y salimos de nuevo a la carretera. Acababa de grabar en  mi alma cinco horas de pura vida, cinco horas que permanecerán para siempre en mi memoria.

adentrándonos en el tercer tramo mediante un rápel alternativo: el Gries impone sus condiciones

el autor, a punto de sumergirse para superar el sifón que anuncia el final


Datos de interés

Fecha del descenso: 2 de diciembre de 2017

Dificultad: v6 a5 IV

Acceso desde: Kiental (cantón de Berna, Suiza)

Combinación de coches: posible, aunque no merece la pena: el ahorro en tiempo es mínimo. Si hay nieve o hielo en la revirada carretera que sube a Griesalp, la combinación será casi misión imposible (rampas del 28 %).

saliendo de Kiental, con el glaciar del Gamchi al fondo
Aproximación: Desde Reichenbach, tomar la carretera que sube a Kiental y a Griesalp. Pasado Kiental, la carretera cruza un tramo de bosque y sale al valle glaciar del Gamchischlucht. Al llegar al inicio de la fuerte subida a Griesalp, encontraremos un aparcamiento señalizado junto a una casa de madera, apenas a cinco minutos del final del barranco. Dejaremos nuestro vehículo, cargaremos con el equipo y seguiremos a pie, carretera arriba. Cruzaremos el barranco y lo seguiremos de cerca, de manera que podremos echar un vistazo y valorar el caudal con facilidad. Unos veinticinco minutos después, tras unas cuantas curvas, nos desviaremos por una pista que sale hacia la izquierda en dirección a un hotel. Cruzaremos un puente y al otro lado tenderemos hacia la derecha para buscar un lugar desde el que descolgarnos hasta el cauce, ya a poca profundidad. Tiempo, unos 30 minutos.

Descenso: Igual que el caso del Gamchi -que de hecho es su parte superior-, el Gries es un barranco glaciar difícil de encontrar en condiciones. Sin embargo, aquí el problema no es la altitud, sino el agua: el río Gamchi es un gran colector, con una cuenca enorme (30 kilómetros cuadrados), y al llegar a Griesalp el caudal es normalmente inabordable. Sólo cuando una ola de frío paraliza el deshielo del glaciar, el caudal baja lo suficiente como para poder entrar. Si hay suerte y esa ola de frío llega antes de la primera nevada, el barranco puede bajarse limpio de nieve y hielo. Si la nevada llega primero las condiciones del descenso serán, al menos, las que encontramos nosotros. Así pues, el Gries es un descenso duro por temperaturas, por caudal o por las dos cosas. Lo único que alivia esa dificultad es, como ya he explicado más arriba, el tener dos tramos abiertos que permiten el escape.

Esas dificultades, y ese carácter esquivo y hostil, ayudan a hacer de este cañón algo único, magnífico, y su descenso deja un recuerdo imborrable.

Tiempo de descenso, de 2 horas y media a 5 horas según grupo y condiciones.

Retorno: Bajados los últimos resaltes, la garganta se abre por completo y de repente, dejándonos en pleno valle glaciar. A la derecha veremos la pista de acceso, y a menos de cinco minutos encontraremos el aparcamiento.

Rápel más largo: 35 metros

Material: Cuerdas 2 x 40m, combinación de neopreno adecuada para aguas muy frías o condiciones invernales, frontal. Las instalaciones acostubran a ser escasas pero buenas; sin embargo, las crecidas anuales son brutales, por lo que es obligado llevar material de equipamiento.

Observaciones: Sobre la época y otras características de éste y otros barrancos glaciares, consultad esta otra entrada genérica sobre los descensos del Oberland.

Lo mejor: auténtico reto que combina como pocos belleza y dureza.

Lo peor: muy difícil de encontrar con el caudal y las condiciones adecuadas.

Valoración personal (de 0 a 4): 3,9 en las condiciones del descenso.





Fotos: Rubén del Río (blog Xankleteando), David Sánchez, Xavi Guerrero
Vídeo: Josito (visitad su canal en Youtube)


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