La belleza se esconde en las cosas mundanas, en los rincones de nuestra vida cotidiana. Está en ese árbol que crece solitario en medio del prado bajo el sol del atardecer, y que pasa inadvertido mientras avanzamos veloces por la carretera. Está en esa canción de un grupo que no conoces, que suena en una emisora que nunca escuchas. Y en nuestro mundo, está en esos rayos de sol que se cuelan entre las estrechas paredes de un barranco que está a media hora de casa, pero que buscas en los Alpes y otros destinos cada vez más lejanos.
Mi primer barranco fue el Infern, en la Pobla de Segur (Lleida). Hace un par de años volví a él, temiendo descubrir que el buen recuerdo que tenía de él había sido exagerado por el tiempo... y respiré aliviado al comprobar que era tan bonito como lo recordaba. Finalmente, hace un par de fines de semana volví de nuevo al barranco con mis amigos, y tuvimos la inmensa suerte de disfrutarlo con un caudal inmejorable, la luz adecuada y en casi total soledad. Gracias a eso, la impresión que nos llevamos todos de esta pequeña joya fue tan buena que decidimos no hacer el barranc de Sant Pere, que teníamos previsto bajar a continuación, para no estropearlo. Llamadme exagerado, o quizás aquel día estaba inspirado, pero... belleza en grado máximo, algo casi inesperado en un barranco comercial y en domingo.
El descenso empieza con un rápel de unos seis metros, y tras él, un pasillo con varios resaltes.
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primer rápel, en una zona seca en verano |
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resaltes antes de la cueva |
Enseguida se llega a la zona más bonita del recorrido: la cueva. En este barranco explotado por las empresas, el paso está hiperequipado, con una reunión que nos permite bajar por el activo, otra que permite bajar en seco y una tercera que evita la cueva y nos descuelga por su salida. Nosotros escogimos la primera y más interesante, que aunque parecía más delicada vista desde arriba, no dió demasiados problemas.
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rápel de entrada a la cueva, con un buen caudal |
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el pequeño rápel que da salida a los oscuros |
Tras este breve tramo oscuro, el descenso continúa bien encajado entre altas paredes, con algún que otro enorme bloque empotrado colgando sobre nuestras cabezas, y pequeños rápeles y destrepes.
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pasando bajo un bloque empotrado |
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los rápeles son pequeños |
Ya en la parte final, nos espera un último rápel de aproximadamente doce metros, en una zona estrecha y bajo un bloque empotrado. Con este caudal, nos pareció más sensato evitar el paso mediante un pasamanos por encima del bloque y, desde éste, un rápel por fuera.
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el recorrido se mantiene estrecho y sinuoso |
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con este caudal, mejor por arriba... |
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la última zona estrecha, superada |
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un último salto antes de acabar el descenso |
Después del último rápel todavía encontramos un salto: uno de los pocos, ya que la mayoría de las pozas estaban repletas de grava y cubrían poco o nada, incluso en la cueva. Tras él, llegamos a la desembocadura de nuestro barranco al Noguera Pallaresa, y... se acabó.
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la tirolina de retorno |
En esta ocasión el caudal del Noguera era elevado, por lo que utilizamos las tirolinas de acceso y de retorno. Desde el parking, la primera se encuentra antes de llegar a la desembocadura del descenso, y presenta una inclinación moderada, por lo que si llevamos polea de cable no se coge demasiada velocidad. Por contra, las dos tirolinas de retorno, que se encuentran más allá de la desembocadura, tienen más inclinación y debe irse con más cuidado, procurando utilizar algún sistema de frenado. Nosotros utilizamos la de la izquierda, que nos habían recomendado y de la que quizás es más fácil descolgarse. Constituyen una forma diferente, y también divertida, de empezar y acabar un descenso precioso.
La aproximación y el retorno están descritos en la piada del descenso de hace dos años, en este
enlace.
2 comentarios:
En su momento no lo hice con todo este caudal, pero estoy seguro que habreis disfrutado... Enhorabuena por la experiencia.
Hola perec,
Como decimos los del grupo medio en broma, "aquí ya no volvemos más, porque nunca lo encontraremos en mejores condiciones que hoy". Desde luego, nunca había disfrutado tanto del barranc de l'Infern...
Muchas gracias!
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