El segundo día planeamos el descenso del barranco de Viandico en combinación con la cueva del Moro o del Molino de Aso, y posteriormente la Garganta de las Gloces.
Para el Viandico, dejamos el coche en el párking de San Urbez, y unos amables franceses nos subieron en su Land Rover hasta poco antes del Flagueto. Comprobamos que este afluente iba seco, así que bajamos por el sendero que lleva a Sercué, y entramos en el cauce a la altura del puente de la Espucialla. Ya desde aquí, el espectáculo prometía: agua abundante y pozas de un intenso color verde. Es un descenso sencillo, pero muy estético y digno de al menos una visita.
Al poco de comenzar el descenso desde el puente, llegamos a un caos y un par de grandes pozas que en estiaje se encuentran secas, pero que en esta ocasión estaban completamente llenas y permitían saltos de unos 8-9 metros. El siguiente rápel, saltable desde la derecha, presentaba mucha agitación en la base de la cascada.
Tras esto llegamos a la zona de las surgencias, entre ellas una de las bocas de la cueva del Moro. A partir de aquí, el caudal se animaba considerablemente, y en multitud de resaltes se apreciaban rebufos y pequeños sifones. Sin embargo, el carácter abierto del cauce permite ignorar todos esos pasos sin apenas darnos cuenta.
Llegamos al final del descenso, pero antes de hacer el último rápel tomamos el camino que desde el puente asciende a la derecha para ponernos los frontales y adentrarnos en la Cueva del Moro. Silvia, Oskkar y yo la recorrimos por primera vez (en sentido inverso) en noviembre de 2005, en compañía de los amigos del Grupo de Montaña San Jorge de Zaragoza. Tras una amplia galería, se llega a una sala desde la que, arriba y por la derecha, se accede a una nueva galería, esta vez de techo muy bajo, por la que debemos arrastrarnos para acabar saliendo al barranco de Viandico en la zona de las surgencias. En esta ocasión, nosotros nos limitamos a recorrer la primera galería, hasta la sala, y dar media vuelta.
Tras ello, volvimos a la parte final del barranco, digna de los mejores descensos. La poza del último rápel está repleta de grava, por lo que la profundidad puede variar. El agua no estaba clara, pero desde lo alto se veía perfectamente el fondo en algunos tramos. No nos arriesgamos a saltar y montamos rápel. Una vez abajo, comprobamos que para saltar hay que apuntar muy bien: en algunas zonas cubre de sobras, pero en otras no cubre más de metro y medio.
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